Cuentan que Carlitos salió por la “puerta de Palmar” de la Asociación Española , caminando hacia Mario Cassinoni. La pipa apagada y la mirada de viejo gremialista perdida en sus interminables meditaciones. Muchas cuestiones desfilaban en ese momento por su cabeza.
Pocos comprenderían su sonrisa mientras comenzaba a prender su pipa, doblando por Cassinoni hacia 18, acababa de guardar su recibo de sueldo en el bolsillo del gabán azul marino.
Había acontecido diez meses atrás una de las huelgas más duras, “la huelga del 86". Fue en aquella oportunidad, en que el sindicato se enfrentó a una durísima patronal y también al gobierno, quienes formaron juntos un prolijo equipo (como suelen ser las luchas gremiales que ocurren en países que se creen democráticos). Al final de la batalla, junto con Carlitos, cientos de compañeros fuimos desalojados por la guardia de granaderos. Éramos: enfermeras, limpiadoras, operarios de mantenimiento, administrativos, técnicos, de diversa índole; todos escoltados por escudados gendarmes , pertrechados como para una guerra.
Sin intención de historiar en este momento, una de las secuelas importantes de esta huelga, fue el descuento de los días de la ocupación en diez cuotas, las cuales se les descontó a los funcionarios que apoyaron la huelga (a los que expresamente no la apoyaron no se le descontó, aunque en ese mes fueron los que no fueron a trabajar). De esta forma, por diez meses los huelguistas tuvimos “marcado” nuestro recibo de sueldo con el “descuento por paro”, algo así.
Carlitos sacó su encendedor barato y prendió su pipa dando una buena pitada. En su bolsillo estaba el recibo con la décima y última “cuota” de la huelga. Luego de la bocanada de humo, muy cerca de él venía caminando un viejo cobrador, más próximo a la actividad gremial de otros tiempos, antiguo dirigente de la “mesa de cobradores” antes de la dictadura. Sin embargo ahora, no solamente no había acompañado aquella huelga, este señor se había convertido convenientemente en un vistoso activista pro-patronal, copartícipe de movilizaciones anti sindicales organizadas por “amarillos” históricos de la institución, junto a antiguos jupistas y alguna alumna de la escuela del partido de derecha, para infiltración de sindicatos.
Este antiguo amigo de Carlitos pensó que, como suele ocurrir, 10 meses alcanzarían y sobrarían para que alguien pudiera enterrar en la memoria lo que pueda causar alguna culpa. Por lo que se dispuso a saludar a su viejo y traicionado compañero de trabajo.
-¡Eh, Carlitos! ¿Estás loco? ¿Te estas riendo solo Carlos? ¡ja ja!
-Si, me estoy riendo solo- Pronunció el aludido -terminé de pagar las “cuotas de la huelga”, hoy me descontaron la décima.
- Ah mirá... ¿Andas bien Carlitos?
- Si… Yo ya pagué, ahora a vos no te va a alcanzar el resto de la vida para pagar.
Tengo el placer de haber conocido la sonrisa de Carlos Gonzalez, así que me la imagino.
Pocos comprenderían su sonrisa mientras comenzaba a prender su pipa, doblando por Cassinoni hacia 18, acababa de guardar su recibo de sueldo en el bolsillo del gabán azul marino.
Había acontecido diez meses atrás una de las huelgas más duras, “la huelga del 86". Fue en aquella oportunidad, en que el sindicato se enfrentó a una durísima patronal y también al gobierno, quienes formaron juntos un prolijo equipo (como suelen ser las luchas gremiales que ocurren en países que se creen democráticos). Al final de la batalla, junto con Carlitos, cientos de compañeros fuimos desalojados por la guardia de granaderos. Éramos: enfermeras, limpiadoras, operarios de mantenimiento, administrativos, técnicos, de diversa índole; todos escoltados por escudados gendarmes , pertrechados como para una guerra.
Sin intención de historiar en este momento, una de las secuelas importantes de esta huelga, fue el descuento de los días de la ocupación en diez cuotas, las cuales se les descontó a los funcionarios que apoyaron la huelga (a los que expresamente no la apoyaron no se le descontó, aunque en ese mes fueron los que no fueron a trabajar). De esta forma, por diez meses los huelguistas tuvimos “marcado” nuestro recibo de sueldo con el “descuento por paro”, algo así.
Carlitos sacó su encendedor barato y prendió su pipa dando una buena pitada. En su bolsillo estaba el recibo con la décima y última “cuota” de la huelga. Luego de la bocanada de humo, muy cerca de él venía caminando un viejo cobrador, más próximo a la actividad gremial de otros tiempos, antiguo dirigente de la “mesa de cobradores” antes de la dictadura. Sin embargo ahora, no solamente no había acompañado aquella huelga, este señor se había convertido convenientemente en un vistoso activista pro-patronal, copartícipe de movilizaciones anti sindicales organizadas por “amarillos” históricos de la institución, junto a antiguos jupistas y alguna alumna de la escuela del partido de derecha, para infiltración de sindicatos.
Este antiguo amigo de Carlitos pensó que, como suele ocurrir, 10 meses alcanzarían y sobrarían para que alguien pudiera enterrar en la memoria lo que pueda causar alguna culpa. Por lo que se dispuso a saludar a su viejo y traicionado compañero de trabajo.
-¡Eh, Carlitos! ¿Estás loco? ¿Te estas riendo solo Carlos? ¡ja ja!
-Si, me estoy riendo solo- Pronunció el aludido -terminé de pagar las “cuotas de la huelga”, hoy me descontaron la décima.
- Ah mirá... ¿Andas bien Carlitos?
- Si… Yo ya pagué, ahora a vos no te va a alcanzar el resto de la vida para pagar.
Tengo el placer de haber conocido la sonrisa de Carlos Gonzalez, así que me la imagino.
NOTA. Cuento autorizado por Carlos González, (el pipa) antes de desaparecer físicamente.